viernes, 5 de septiembre de 2014

Sagara V

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      Al reflejo de la ventana le aburren los mapas colgados frente a él. Al reflejo de la ventana le cuesta sostener su cabeza contra el puño cerrado. Los gatos juegan en el árbol que se le superpone; grises, pardos, gatos salvajes que hacen que el yo aburrido del cristal se desvanezca.
      El profesor sigue con su perorata, sermón de iglesia que nadie escucha. 20 niños agazapados sobre sus móviles, escribiendo su nombre con la punta de un compás en los ya tatuados pupitres. 20 cabecitas que solo comprenden, confirman y demuestran la teoría de la relatividad. Si ahora los segundos son horas, luego serán milésimas. Din duda, el tiempo debe de tener algún trastorno de personalidad. Uno de  los gatos se ha caído, y las ramas del manzano no me dejan verlo, están cargadas de hojas, aunque sea otoño.

      Finalmente el timbre suena y el reloj, las caras de mi compañeros y los pupitres cobran vida. Patas de hierro arañando el suelo, tapas de madera golpeándose sin reparos al caer, gritos, risas, papeles volando y un adulto con el rostro gris descompuesto mientras borra la pizarra. Ha de ser violento fingir, no darse cuenta de que el motivo de la alegría de los que se van, es, precisamente, alejarse de ti.
        -Sagara, tengo que hablar contigo un momento.
        -¿Si? ¿Qué pasa?
        -A..aquí no, ¿me podrías acompañar al baño?
     
       He accedido. La chica, Ana, es un pequeño ser regordete y siempre sonrosado, como un pequeño petirrojo. Su voz no alcanza sus orejas, pequeña, frágil, tremendamente tímida, incapaz de hilar dos frases sin hacer un nudo o desenhebrarlo del tema, es adorable.

        -Yo...yo, te he llamado porque...porque... ¡Juegas tan bien al baloncesto!¡Incluso los de bachillerato lo dicen! Que deberías jugar en una liga profesional...y bien, y yo, te he visto y eres genial...pero no solo jugando, sino como persona, y yo...yo soy tan desastre...perdóname, pero...¡Oh Dios, qué vergüenza! Yo quiero que me ayudes a entrar en el equipo.

         Me mira temblorosa con los ojillos negros húmedos. Un pajarillo fuera del nido. Te has confundido, criaturilla, yo no tengo alas, sino escamas.

          -¿Solo eso?¡Déjamelo a mi! No habrá ningún problema.

         Sus ojillos se abren como si mamá petirrojo trajese una jugosa lombriz. Salta y me abraza.

           -¡Gracias!¡Gracias!¡Gracias!

         Es un amor, la empujo contra mi y río cantarina.

            -Somos amigas, ¿no?

           Es la primera vez que hablamos.

            -¡Sí!

           Veo al petirrojo alejarse, se reunirá con sus libros en alguna esquina. La echaron del nido de polluelos del colegio al poco de romper el cascarón, y ahora avanza a saltitos, pues no aprendió nunca a volar. No aprendió nada de los pájaros, solo que sus picos duelen, y que cuando no tienes ala bajo la cual calentarte, los inviernos son mortales. Será un placer instruirla.

            Después de comer voy a la huerta que hay en a trasera del edificio. Tras unos árboles, junto al muro devuelvo las lentejas con una acidez extra que no es la del limón sino la de mis intestinos.  Los baños estaban ocupados y no podía esperar a finalizar las clases para desacerme de esa pesadilla hípercalórica. 360 las lentejas, más 150 del chorizo, 120 del pan, 280 del lomo y 128 del yogur. Se me nubla la vista. Pero ya está fuera, espero que todo.
           
           El mayor problema ahora es hacer desaparecer los indicios de la boca. No tengo agua, y corro el riesgo de encontrarme con alguien en el camino a la fuente. Es la hora, estoy mareada, no tengo fuerzas para moverme. A duras penas llego a la altura del edificio y me dejo caer contra el árbol. La noche llega de pronto.
         Me despiertan unas caricias peludas en la nariz. Tengo dos canicas verde hiedra frente a mi, rasgadas con dos navajas que me miran condescendientemente. El gato que se cayó del manzano.
         -Hola pequeñajo ¿Comment ça va? ¿Te dolió el golpe? -Me mira divertido, su cabeza son dos luces verdes y una sonrisa. -Seguro que ni la mitad que a mi. ¡Joder!, ¿Qué hora es?
       
        Desde luego, hace tiempo ya que terminaron las clases, la luna está en lo alto, creciente, y La Polar saluda. Qué dúo más cáustico, me duele cada radiación que envían a la tierra.
         El gato se sobresalta y las ramas del manzano se mueven. Probablemente fuese al revés, pero yo no estoy para tomar al mundo como viene.

        -¡Sagara! ¿Qué haces aquí?
 
        Terror, tengo miedo, el cazador ha venido, me tiene débil, sola, inconsciente, no tengo cómo huir de sus balas.
       
       -¡Ah! ¡Jon!
       -Llevamos todo el día buscándote, hemos llamado a tu casa pero no contestaba nadie. Pensábamos...Quería pensar que te habían llevado tus padres a alguna parte, que estabas bien..pero demonios, ¿qué haces aquí?

        No puedo recomponerme, no puedo esconderme, estoy al límite.

      -¿Qué hora es?
      - Más de las nueve, las chicas acaban de irse a casa.
  
         El gato salta sobre Jon, quiere jugar, es demasiado afable para ser un gato callejero. Los ojos que tanto temo se vuelven humanos por un momento, mientras acaricia al gato. Su distracción es suficiente para que tome algo de control sobre mi misma. Río risueña.

     -Siento haberos preocupado, de verdad. Este mediodía vi al gato caerse de árbol, fui a socorrerle y estuve largo rato con él, pero, como no he dormido nada en 3 días, me he quedado inconsciente hasta ahora.
     -Eres increíble,- ríe a carcajada limpia, mostrando todos sus colmillos. Pero, me preocupas igualmente, ¿por qué no duermes?
     -Mi gato, finalmente murió, y he pasado la noche llorando. Por eso, cuando he visto a este pequeño caerse hoy...

     -De verdad lo siento.

         Parece que de verdad me compadece. No me siento capaz para intentar adivinar que se oculta detrás de esa mirada, que ahora parece tan sorprendentemente humana.

     -Súbete a mi espalda.
    -¿Cómo?- Eso me ha hecho despertar de mi letargo.
    -Es tarde, estás cansada y no pienso dejar que te caigas tras ningún perro en el camino. Sube, te llevo a casa.

        Que se sigan riendo el gato, la luna y las estrellas. He hundido mi rostro en la capucha de su sudadera, está  caliente, y los mechones de su nuca me hacen cosquillas. Mis brazos lo rodean, con fuerza, tienen como excusa la gravedad. Es extraño, incómodo, antinatural. Las serpientes no abrazan, rodean, dejan sin aire, rompen costillas, matan.... Pero yo lo estoy abrazando. Por primera vez ppr mi cuerpo fluye sangre caliente, o así lo siento, al menos. Ojalá y los segundos a casa fueran horas, pero el tiempo es caprichoso.

                                                             ★★★Continuará→

        ★NanaGarcía/@Nanaringain

       
          


         

           




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